domingo, 17 de junio de 2012

Promesas y otras necesidades básicas

Hay una parte rebelde en mí que se activa cuando ve que estamos a punto de perder los papeles o el poder adquisitivo o las cada vez más costosas cotas de bienestar o, simplemente, la buena educación.
                        
Últimamente, esta parte rebelde anda revuelta por culpa de algunas encuestas que circulan en la red sobre el impacto de la crisis en nuestra vida. La mayoría de estos estudios sostienen que la recesión está alterando las aspiraciones de cientos de millones de personas, especialmente en el mundo desarrollado, provocando que las personas depuren sus necesidades a favor de los aspectos más básicos. Con la economía en el subsuelo, los consumidores han empezado a minimizar sus expectativas, tanto en términos económicos como en lo referente a los sueños personales. La crisis nos obliga a repensar nuestras aspiraciones. El próximo año puede no ser mejor que el anterior.

¿Cómo salir de esta? Cada uno hace el bricolaje de su propia terapia. Bob Dylan diría que el cambio está en el viento, o, mejor dicho, en tendencias recientes como el Movimiento Lento (Slow People, Slow MadridSlow Food por poner algunos ejemplos de una corriente cada vez más airosa), el Decrecimiento o Downshifting o el más nuevo Happyshifter. Detrás de los palabros, hay una idea común: la búsqueda de la felicidad a través de un modo de vida más simple. En el caso del movimiento “lento”, reduciendo obligaciones y gastos y disfrutando sin prisas del momento; para los “happyshifters”, convirtiendo el trabajo en un entorno del que se pueda disfrutar.

Mi parte rebelde comienza a inquietarse cuando profundizamos en los remedios anti-crisis o en cómo repensamos nuestras aspiraciones personales. Para entender cómo funciona el mecanismo aspiracional, el psicólogo Abraham Maslow creó una pirámide de necesidades. Aquí va la famosa pirámide:
 

Durante los años de bonanza, los dos primeros escalones de la pirámide (necesidades fisiológicas y salud y seguridad) estaban garantizados; por eso, durante mucho tiempo, el marketing se ha concentrado en las zonas altas de la pirámide. La afiliación ha sido el núcleo de productos tan potentes como las redes sociales o las telecomunicaciones que “conectan a la gente”. Imposible no acordarse aquí de una conocida marca de móviles.

Por encima del amor, la autoestima (confianza, respeto, maestría, experiencia, prestigio) ha sido el ADN de marcas claramente aspiracionales. El famoso “porque yo lo valgo” y otras marcas de rango superior. La parte más alta de la pirámide está ocupada por el desarrollo de los valores personales (moralidad, creatividad, aceptación, creación de metas y potencial interior). Esta cúspide ha sido el territorio del consumo ético; las marcas y empresas que quieren posicionarse como entidades responsables y dignas de confianza están trabajando lo suyo para ganar las credenciales sostenibles.

Muchos expertos piensan que con la llegada de la recesión, las personas hemos descendido unos cuantos escalones de la pirámide para preocuparnos nuevamente de las necesidades básicas. Es decir, sin un estómago lleno y una cama cómoda, inútil interesarse por los demás y mucho menos por la creatividad o los valores comunes. Ahí es donde cunde mi pánico. De ninguna manera. Me niego. No puede ser que después de años de domesticar a la bestia que llevamos dentro, nos vuelvan a bestializar por una cuestión de geometría. Descompongamos la pirámide, cambiemos las etiquetas. Convirtamos la confianza, la ilusión por los nuevos proyectos, el respeto y la autoestima en necesidades básicas, tan básicas como una buena ducha caliente. Hace unos años, un ciudadano del Tercer Mundo lo contó a su modo en una pintada callejera. “Queremos promesas, basta de realidades”. Qué manera más chula de mandar a la porra la famosa pirámide de Haslow.
   

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